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Inventando.

Un espacio para contar historias

"Arte"

  • Foto del escritor: Maki
    Maki
  • 18 jul 2020
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 18 jul 2020


La vi en Paris con el elenco original -Luchetti, Arditti, y Vaneck- cuando estrenó en 1994. Luego “Arte” se fue de gira y en 25 años ha sido puesta en Londres, Nueva York y Buenos Aires con Albert Finney, Alan Alda y Ricardo Darín, entre otros. ¿De qué trata la obra que lanzó a Jasmin Reza al estrellato de los grandes dramaturgos? Pues de casi nada. De tres amigos que se pelean cuando uno compra –por una millonada- un cuadro que representa un lienzo enteramente blanco. Sin nada. La pieza -buenos diálogos- denunciaba el esnobismo y la comercialización en torno al arte contemporáneo y la estupidez de la gente que cae en lo anterior.


Adoro el arte con pasión. Como toda pasión ésta queda en el terreno de lo intangible y desafía reglas y convencionalismos. El encuentro con el arte produce una sensación que irrumpe en nuestras vidas sin avisar ni pedir permiso. Tiene dos elementos imprescindibles: descubrimiento y asombro.


Hace cuarenta años en una visita solitaria al Tate Gallery -las visitas a los museos prefiero hacerlas sola- me topé con una vista del Gran Canal por Caneletto. Aún hoy recuerdo un choque profundo.


La luz venía detrás del lienzo.


Asombro y descubrimiento. Esa sensación, intacta hasta hoy, fue el inicio de la pasión.


Años más tarde al llegar al último piso del Centro Pompidou me di también de narices –está claro que el elemento sorpresa juega un gran papel- con un découpage gigantesco de Matisse que mostraba un lienzo con flores recortadas en papel de colores vivos, los colores con los que juegan los niños. Allí fue directamente flechazo. Nunca me recuperé.



Las pasiones a veces son correspondidas o por lo menos recompensadas y Matisse me hizo dos regalos inesperados. Circa 1984 en St. Jean Cap Ferrat un amigo me pidió que lo acompañe a visitar a su vecino. El vecino resultó ser Pierre Matisse, el hijo del pintor. La casa aparte de contener obras de su padre tenía muchas de sus contemporáneos; la balaustrada de la escalera que llevaba al segundo piso era obra de Giacometti. Nunca estuve tan cerca del pintor como ese día.


En 1992 el MoMA organizó la gran retrospectiva de Matisse y tiró la casa por la ventana -para entonces ya había visitado su museo en Niza y leído sus biografías. La muestra tuvo un millón de visitantes y las colas daban vuelta a la manzana. Una amiga que pertenecía a “Friends of MoMA” me invitó una fría mañana antes de la apertura a una visita privada, para estudiar un solo cuadro –una habitación en Niza, la ventana abierta y el pez en la pecera. Después de 25 minutos mirando el cuadro -el asombro y el descubrimiento un poco gastados- me alejé tentativamente del grupo pensando “ahorita me paran”. Nadie me paró. Los guardianes me saludaban amablemente. Tomando en cuenta la cantidad de gente que visitó esa exposición seguro fui la única que tuvo la experiencia de recorrerla totalmente sola, de la mano de Matisse.


Adoro el arte. No quiero que me lo expliquen, cuando lo hacen nunca entiendo nada. No lo necesito para expresar mi protesta social -he protestado lo mío, he gritado consignas y me han tirado piedras y hasta metido bala. Solo le pido que me permita descubrirlo y que me asombre. que sea mi jardín secreto para de vez en cuando recorrerlo a solas.

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