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Inventando.

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Basta con ser decente

  • Foto del escritor: Maki
    Maki
  • 22 ago 2020
  • 3 Min. de lectura

A Obama lo oí antes de verle la cara. Corría 2007 y me estaba vistiendo y escuchando distraídamente a Fareed Zakaria en CNN. De golpe paré la oreja. Alguien con un timbre de voz pausado y seductor discurría de manera brillante sobre ideas y principios; lo suficiente para dejar de mirarme al espejo y voltear toda mi atención a la pantalla. Allí me di de narices por primera vez con Barak Hussein Obama, un joven negro, más largo que alto, una cara que nunca había visto y un nombre que nunca había escuchado. Me quedé pegado al televisor.


Al año siguiente se presentó a la elección para presidente de los EE UU y el resto, como dicen, es historia. Obama no solo resultó ser un orador fuera de serie: a diferencia del actual presidente usa frases completas.


En el curso de mi vida solo John F. Kennedy desplegó el mismo talento de orador y ejerció la misma fascinación, tuvo la desventaja de gobernar poco y que en su época no hubiera youtube. Nos dejó dos discursos memorables. El “Ich bin ein Berliner” –que le valió la adoración de los berlineses- y el de la toma de posesión donde planteo el ya famoso reto de “No preguntes que puede hacer tu país para ti, pregunta que puedes hacer tu por tu país”.


Obama resultó ser un gobernante empático, abierto al dialogo, del tipo que piensa que “el opositor siempre tiene aunque sea una parte de la razón”. Pero más que todo esto resultó ser un tipo decente. Parece poco pero no lo es. Es difícil ser decente cuando se tiene ese tipo de poder. La tentación de ser abusivo, de aplastar al otro, de negar derechos, de aprovecharse de privilegios, de trampear, de practicar el nepotismo, de evadir responsabilidades y echar a los colaboradores que resultan incómodos es muy grande. Tan grande que su sucesor no ha hecho otra cosa desde que llegó a la Casa Blanca con el aplauso de quienes creen que eso es grandeza.


Obama intervino en la Convención Demócrata de la semana pasada con otro discurso memorable, quizás el mejor de su vida. Dijo que él nunca creyó que Trump abrazaría su legado pero que en cambio sí esperó que asumiera la responsabilidad del cargo; que sintiera el peso de la investidura. Que aceptara ser custodio de la Constitución y depositario del bienestar de todos los americanos. Contrariamente en estos 4 años no ha mostrado ninguna inclinación en arremangarse para hacer un buen trabajo ni utilizar el aplastante poder que tiene para ayudar a nadie que como no sea él o sus amigos. Continúa diciendo que Trump “no creció con el puesto porque no puede y las consecuencias de eso son severas”.

Ya sabíamos que Trump, quien se burla de los héroes, de los caídos, de los que padecen una aflicción física, que menosprecia a las mujeres y se expresa vulgarmente de ellas, no es alguien decente. Lo grave es que tampoco es alguien que quieres tener al costado cuando las papas queman; muy distinto a JFK quién en plena Segunda Guerra Mundial y con 25 años arriesgó su vida para salvar la de sus hombres.


En Joe Biden Obama nos presenta una alternativa. Alguien con quien trabajó durante 8 años y que vive el credo de sus padres: “Nadie es mejor que tú, Joe, pero tú no eres mejor que nadie”. Otra cosa que Trump, quién no se cansa de decirnos que es el “más inteligente, astuto, brillante, triunfador, rico y estoy haciendo la mejor presidencia en la historia”.


Alábate pato que mañana te mato.


Trump no tiene un plan para terminar con la pandemia. Empezó negándola y luego cambió el disco, “Un día va a desaparecer. ¡Puf! como un milagro”. Vaya plan.


No busca amigos en países aliados que compartan los ideales de los americanos. Tiene los patas que le convienen a sus intereses, y que son los matones de la clase.


No tiene la plata que dice tener; lo dejó muy en claro Michael Bloomberg que es seriamente rico.


No tiene idea que hacer con la economía, el tema que supuestamente mejor conoce.


Y por último no tiene decencia.

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