Cambiar de canal
- Maki
- 22 nov 2020
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 24 nov 2020

A muchos nos gustaría cambiar de vida, o por lo menos de año. A mí sí me regresan al 2016, chocha. No había Covid, la economía estaba bastante bien, podía viajar donde me daba la gana y era 4 años más joven lo que tampoco es moco de pavo.
A falta de poder cambiar de vida, o de año, por lo menos puedo cambiar de canal, no me refiero a ninguno en particular. Hay mucho para escoger entre el desmadre local –la quincena que venimos de vivir en el Perú- y el desmadre internacional –el espectáculo que continua dando el gobierno de Trump- sin mencionar el desmadre mundial –la cascada de estadísticas terroríficas de la pandemia. Si nunca más en mi vida escucho la palabra Coronavirus seré feliz.
Resultado: canal abierto o canal de cable, chau

Uno no puede refugiarse para siempre en Netflix -aunque de no haber Netflix habría más gente en terapia o más divorcios. Después de un empacho importante de series inglesas de detectives -no en vano Sherlock Holmes era British- me zampé la cuarta temporada de The Crown en tres días. Luego dije basta y me puse a leer.


Eso es lo que había que hacer. Cambiar completamente el canal de información y mirar uno que me podía sacar de la confusión y recordar que existen otros caminos.
El primer volumen de “JFK”(Fredrik Longevall, Viking 2020, 816 páginas) es una lectura fascinante. En todas los millones de palabras escritas sobre este sujeto el personaje de leyenda esconde al hombre transformándolo en mito. Longevall ha escrito el libro definitivo sobre Kennedy uno que despega las hojas para revelar el adolescente enfermizo, el joven erudito y supremamente curioso que formó su carácter y forjó su pensamiento político al contacto de la Europa de los años 30.

Con un padre de embajador en Londres que le abre las puertas, el joven Jack viaja extensamente por un continente ad-portas de la mayor conflagración de la historia y donde va hace preguntas inteligentes.
A priori no acepta la posición aislacionista paterna, compartida por muchísimos americanos, entre ellos su hermano mayor Joe Jr. destinado a ser presidente, porque piensa que los EE UU están llamados a jugar un papel más grande en un escenario mayor.
Considera al servicio público como un deber. “En el momento que un hombre -hablando de los asuntos de estado- dice ¿A mí que me importa? el estado ya puede darse por perdido”. En 1945 Kennedy tiene 28 años y a la ocasión de la Conferencia de Postdam a la que asiste, vemos por un instante reunidos a Truman, Eisenhower y JFK, los presidentes 33, 34 y 35 de EE UU. En años venideros Kennedy dirá convencido que “la política para obtener resultados debe estar basada en un toma y daca entre personas actuando de buena fe”.
Bueno es recordarlo ahora.

Sobre la política americana de la post guerra de apoyar y sostener todo gobierno que se profese anti-comunista dirá: “Esto nos pone en asociación con grupos corruptos y reaccionarios cuyas políticas justamente alimentan el descontento necesario a la prosperidad de la Unión Soviética”.
Imposible no pensar en Pérez Jiménez, Batista y Trujillo y ya sabemos cómo acabó eso.
Como igual imposible no pensar que curso hubiera tomado la historia y las relaciones con Cuba si no matan a Kennedy. Está claro que las medidas que se tomaron después de su asesinato no dieron ningún resultado. Sesenta años de sanciones, de infiltrar el gobierno cubano, de complotar contra Castro y todo eso para que muriera en su cama. Aquí quedan dos incógnitas. ¿Un Kennedy vivo, hubiera podido entenderse con Fidel? Y la más importante, ¿Quién mató a JFK? Dada la posición citada más arriba, y el abandono en la operación de Bahía de Cochinos no sería extraño que los cubanos exiliados tuvieran algo que ver.
No sé si Longevall tocará el tema en el segundo y muy esperado tomo de su biografía. Con el presente libro ya plasmó al hombre que mejor encarnó los ideales americanos de la segunda mitad del siglo XX y que abrió los EE UU al mundo y al espacio.
Hoy vemos una recua de hombrecitos pequeños y horribles arrastrándose como sabandijas por el barro buscando el menor denominador en ellos y en nosotros, jugando con los destinos del mundo y barriendo nuestros ideales. A eso hemos llegado: a un mundo de haters.

El mejor líder no es el que solamente logra que suba la Bolsa, es el que logra que suba nuestra autoestima; es aquel que no solo nos hace sentir mejores sino capaces de hacer cosas que no creíamos posibles.
El mejor líder es la versión mejorada de cada uno de nosotros.

El 17 de Noviembre pasado salió a la venta "A Promised Land" el primer tomo de las memorias de Barack Obama en la Casa Blanca. No veo la hora
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