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Inventando.

Un espacio para contar historias

"Come fly with me"

  • Foto del escritor: Maki
    Maki
  • 31 may 2020
  • 2 Min. de lectura

“…..let’s float down to Peru*”. Con esta canción Sinatra, “La Voz” mitad whisky de 12 años y mitad encanto italiano, nos vendió un sueño irresistible. ¿Qué mejor que despegar rumbo a lugares exóticos (¿Perú?) La promesa de aventura y romance y copa en mano con una medida de glamour y una de sexy, rematado con una aceituna. Volar se convirtió en el Martini perfecto, digno de Ol’ Blue Eyes. Desde que empezaron los jets las líneas aéreas usaron esa fórmula para despertar el deseo de ir a cualquier parte por cualquier razón esperando que pase cualquier cosa. Durante años funcionó. Nos ofrecían aviones veloces, destinos inexplorados, ciudades llenas de luz y brillo, playas paradisíacas. ¿Y cómo nos llevaban hasta allá? Tratados regio -calidad y servicio- como gente que merece lo mejor. Asientos cómodos, sitio para las piernas, almohadas, revistas, tragos, comidas calientes y todo con una sonrisa. Esto ya en Turista.


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Porque en Primera Clase venía un menú tamaño restaurante, chef de toca y mozo de chaqueta blanca, bocaditos de caviar o langosta y carrito con lomo para cortar a pedido. Estos años, los sesenta y setentas, se conocen como la Era de Oro.


Una forma de viajar inimaginable.


Con el tiempo la cosa fue de mayor a menor o de mejor a peor.

Se achicaron los asientos, las filas se apretaron, desparecieron los tragos, las sonrisas y las revistas y la comida se fue al diablo: empezaron a repartir Doritos y pizza. En Primera fueron más cuidadosos. Lo primero en desaparecer fue el caviar. Siguieron las langostas y el carrito; al chef y al mozo los parquearon en algún hangar lejano. Con los pasajes cada vez más baratos el reto fue cómo transformar un avión en una lata de sardinas y que no se te muera nadie en el trayecto. Funcionó casi bien, porque la gente empezó a morirse de DVT (trombosis profunda) debido a la falta de circulación, pero por suerte para la aerolínea se morían al llegar. Todas las incomodidades del viaje se compensaron con la solución du jour: entretenimiento streaming on demand para todos. Así anestesiada la gente se olvidaba del atiborro, los baños sucios, la comida chatarra y el dolor de espalda.


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Cuando ya estábamos acostumbrándonos llegó el 11 de Septiembre. Hubo una nueva tortura que añadir: los controles de seguridad. Como el hombre es sufrido -la mujer aún más- a poco fuimos aceptando el “quítese el cinturón, los zapatos (Aggh. Un asco caminar por allí) el reloj, la pulsera, saque la computadora” para que después igualito te pasen el detector o por los rayos X. El avión empezó a parecernos un remanso soñado al final de tanta descortesía.


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Hasta que nos cayó la pandemia y allí se jodió la Francia. Cuando volvamos a volar será sin almohadas, sin frazadas, sin comida, sin trago y sin auriculares. ¡Ah! Y habrá que levantar la mano para ir al baño. Guerra avisada no mata soldado. Eso o te quedas en tierra.

*Ven a volar conmigo…..flotando hasta el Perú”

 
 
 

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