top of page

Inventando.

Un espacio para contar historias

El descalabro del rey Lear

  • Foto del escritor: Maki
    Maki
  • 12 dic 2020
  • 3 Min. de lectura

Debía tener yo más o menos 10 años. A mi alrededor la gente grande hablaba de revolución, de conspiración y de golpe. Sonaba aterrador. Recuerdo que un día, muy preocupada le pregunté a mi papá, “Los Estados Unidos son el papá, ¿verdad, y nosotros somos como sus hijitos?”.

Mi papá horrorizado con mi precoz posición pro-imperialista y de seguro arrepentido de ponerme en un colegio americano para que aprendiera inglés (la idea era garantizar mi vida social; lo que sucedió en verdad es que me sirvió para trabajar en cualquier parte del mundo) me dijo rápido que éramos un país independiente y que era mejor que los EE UU no metieran sus narices en nuestros asuntos.


Esto lejos de tranquilizarme me dio más miedo. ¿Por qué si nadie venía a salvarnos de este mundo caótico que iba a ser de mí? En mi colegio yo veía un universo ordenado, riguroso, disciplinado, basado en el fair play anglosajón. Eso daba seguridad y pensaba que así era la vida de los americanos; intuía que su democracia los hacía mejores que nosotros. Así piensan los niños.



Hoy hay un demente dando vueltas en bata toda la noche en la Casa Blanca, lanzando diatribas por tuit contra todos los que no lo quieren o no quieren darle gusto, no quieren decirle que ganó cuando claramente perdió. Un paralelo inexorable con el viejo Lear ciego de odio y resentimiento, despotricando contra todos los que no que no lo halagan, trayendo destrucción sobre su casa y su imperio.


O con los últimos días de Hitler, encerrado en su bunker, lanzando órdenes con la furia de un adicto incapaz de admitir su derrota instando a sus tropas vencidas a seguir peleando por él; otro loco. La ventaja es que entonces el mundo estaba contra Hitler, contra su vocación totalitaria y su discurso de odio.

El drama es que hoy 70 millones de americanos creen que un hombre que obtuvo 6 millones de votos menos que su adversario ganó ‘las elecciones más seguras de la historia” –algunos sí saben perfectamente que las perdió pero le temen y prefieren no contradecirlo, igual que con Hitler.


El presidente se ha encerrado en su residencia. Ya no baja a trabajar, canceló sus compromisos oficiales, no se ocupa del día a día teniendo el record mundial de muertos por la pandemia –casi 300 mil a hoy- como exige su altísimo cargo y no tiene otro tema que él, él, él y cómo hacer para que transformar lo blanco en negro o mejor dicho lo azul en rojo.


En otras palabras él alucinando y el país en piloto automático.


Ha perdido todas las avenidas legales para lograr que la justicia desconozca el resultado de las urnas y le dé la victoria. La Corte Suprema mayoritariamente republicana y escogida en gran parte por él ha rechazado de plano dos reclamos y ha dicho basta.



El pleito post electoral ya no es un pleito de Trump contra Biden. Es un pleito de Trump contra todos los que respetamos, defendemos y nos refugiamos en la democracia y en el sistema de ‘una persona, un voto’ como el último baluarte entre nosotros y el totalitarismo. Es lo que mantiene a raya a los tiranos, no siempre, pero sí casi siempre. “Es el peor sistema de gobierno, a excepción de todos los demás” (Churchill 1947).

Trump no acepta que perdió, no le da la gana. Sucede pues. A veces se gana y a veces se pierde, en política como en la vida.


Trump se zurra en el sistema. Daría pena, o risa, sino fuera porque el riesgo ya no es que se quede después del 20 de Enero sino que entre el ahora y entonces el odio que predica anime a uno de sus constituyentes más loco aún -esos que salen abrazados a sus armas invocando a Jesucristo- a meterle una bala a Biden o a Kamala en el corazón.

Por mucho menos odio mataron a los Kennedys.


El otro riesgo, y este nos toca personalmente, es que destruya la democracia, o que la deje tan maltrecha que no podamos invocarla a la hora de frenar la barbarie en otras tierras, las nuestras. Eso es imperdonable.

La democracia se construyó ladrillo a ladrillo a lo largo de siglos, se defendió sacrificando vidas, se peleó con uñas y dientes, ayudó a millones a creer y vivir mejor, llevó a Obama a ser presidente y hasta permitió que Trump llegue.

A pesar que a muchos les horrorizó -porque sabíamos cómo era Trump- igual el resultado se aceptó. Obama, el caballero, el primero.


Este sistema no merece que lo hundan. La alternativa es vivir bajo China o Rusia o peor bajo su compinche Kim. Y eso no es viable.

Comentários


Volver

Vovler arriba

bottom of page