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Inventando.

Un espacio para contar historias

Happy End

  • Foto del escritor: Maki
    Maki
  • 11 oct 2020
  • 3 Min. de lectura


Cuando a Napoleón le proponían un nuevo general siempre insistía en lo mismo, “No me digan si es valiente o si es un gran estratega. Díganme si tiene suerte”.




Van tres historias con final feliz -y un poco de suerte también- para estas épocas donde casi todo va mal y tal y parece que a menos que nos cambie la suerte terminaremos peor.



Andaba en correrías por Nueva York montando un negocio que me según yo me iba a permitir vivir en Manhattan y multiplicar las ganancias obtenidas de mi negocio en Ginebra-contar acá que en el negocio neoyorquino me fue como la mona sería un bajonazo y nada que ver con buena suerte, o sea que pasemos.

Antes de dejar Ginebra mi socia, una mujer seductora con un gusto genial y un carácter de m….a me había regalado una agenda de Hermès. Para mí, todavía media novata en el tema del lujo, la importancia del regalo pasó desapercibida hasta que F. medio en serio, medio en broma, me advirtió: “Nunca esperes nada más de mí. Ni para tu cumpleaños, ni para Navidad. Esto es un regalo por varios años”.


En esa época pre celular consigné toda la información para organizar mi showroom de Manhattan en sus páginas, con borde dorado, if you please, y al bajarme de un taxi la dejé en el asiento. Perdí todo mi trabajo. La sensación imparable de caer al fondo de un pozo. Habría pasado 20 minutos -un siglo en ese estado- cuando sonó el timbre. Un honrado pasajero detectó la agenda en el asiento del carro y un honrado y sacrificado chofer calculó que era mía y regresó a devolvérmela. Me le abalancé al cuello y le ofrecí 20 dólares, plata en esa época, que no acepto.


Pero eso no es todo. Un tiempo después, mismo cuento, la dejé en otro taxi. Esta vez no volvió nadie y pensé ahora sí me fregué por idiota. Alguien me sugirió que llamara a Objetos Perdidos y allí en el Bajo Manhattan entre un millón de paraguas, guantes, maletines y anteojos, estaba mi agenda. Hoy aún inservible y pasada de moda la guardo a mi lado, un testimonio valioso a mi buena suerte.


En Buenos Aires me robaron la cartera. Correteé al ladrón 4 cuadras -él con zapatillas, yo con tacos altos, ya imaginan el ridículo. Perdí mi billetera no solo con las tarjetas, eso se arregla fácil, sino todos mis documentos entre ellos el flamante DNI argentino que había costado meses, citas, colas, muelas y la contratación de un tramitador.

La idea de tener que volver a meterme en la maraña burocrática y setentera de Argentina me horrorizaba.

A las 24 horas me llaman de una institución caritativa donde había hecho una donación y me dicen que un barrendero encontró una billetera donde había un recibo a mi nombre con el teléfono de ellos, lo único que me conectaba con la billetera. El barrendero se llamaba Fernando y a la tarde estaría de turno por un barrio de la periferia.

Para allá fuimos mi amable esposo y yo; el taxista ni tan convencido pensando que hacía llevando a gente de otra película ese barrio. Seguro a comprar droga. Luego de preguntar en farmacias y quioscos -todos parecían conocer a Fernando- lo avistamos en una esquina. Corrimos hacia él y nunca me olvidaré la gran sonrisa completamente desdentada con la que nos recibió. Tampoco quiso plata.



El domingo pasado una amiga atrapada en el encierro dominical limeño, esperaba a su hija, su nieta y su yerno que venían a almorzar. Fueron a buscar unos pollos en bici y la hija perdió el celular.

Llegando donde su mamá se percató y claro: tragedia. Llanto de la hija, llanto de la nieta, desesperación general, menos la abuela que resultó ser una mezcla de Bond y Sherlock Holmes techie.

Se subió al balcón-mejor recepción- y clickeó el “busca amigos. .Ubicó el celular en el restaurante de pollos. Llamó al yerno abajo y le dijo “¡Rápido! Toma la bici y corre al restaurante que allí está”. Yerno partió raudo, mientras la suegra lo piloteaba y le decía, “¡celular se está moviendo! ¡Voltea en la esquina, dale por la avenida!” Obediente pedaleó con furia, llegó a la avenida y reportó que allí no había nadie sino dos barrenderas municipales


“¡Allí está, pues! ¡Lo veo!” Se acercó prudente, con buenos modales y les preguntó educado si habían visto un celular. Una negó, la otra calló. La abuela techie sacó su último recurso y llamó al celular. Ante la mirada atónita de los tres el celular sonó dentro del tacho de basura.


El yerno mudo de admiración.

Las municipales pasmadas del susto, y un poquito avergonzadas.

Enteradas la hija y la nieta pararon de llorar al instante.

Mi amiga súper orgullosa y feliz.


Más sabe el diablo por viejo.

2 Comments


Maki
Maki
Oct 18, 2020

Gracias Negro!! Si no salimos del cotidiano nos hundimos en el horror y lo que es peor, el.aburrimiento!!!

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Diego Ferrand Palacios
Diego Ferrand Palacios
Oct 17, 2020

Mak, qué divertido todo el artículo!! “..de otra película.” Jjjaaaa

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