Inventores (3)
- Maki

- 20 jun 2020
- 2 Min. de lectura

Truman Capote fue el chico malo de la buena literatura del siglo XX. De esa serie de personajes que reinventaron sus vidas porque las suyas les quedaban chicas. Están Peter Beard quién dejó fotos rubricadas con sangre –propia o animal lo que le hubiera dado un asco espantoso a Truman- y luego Romain Gary, a quién nada le daba asco -combatió en la Segunda Guerra- y legó una obra literaria impecable en dos idiomas.
Capote nació pobre y desconocido en Nueva Orleans en una familia con más pasado que presente. Desde los cuatro años rodó de casa en casa en el profundo Sur, criado por varias tías gentilmente empobrecidas, dignas descendientes de Scarlett O´Hara. Su infancia trashumante, sin seguridad material, se parece a la de Gary lo cual prueba que ciertas privaciones a temprana edad contribuyen a la genialidad, y quizás no lo contrario. Tema para otro día.
Capote creía en su destino y en su talento de escritor. Escribió desde muy chico y en cuanto pudo se trasladó a Nueva York buscando una ciudad y una sociedad a su medida. Por sus relatos góticos a menudo es comparado a Poe. Yo lo veo más cercano a Proust. En Capote convivían dos personajes: el escritor de sesgo periodístico -“A sangre fría” su novela de no-ficción sobre el asesinato de los Clutter en Kansas le da el espaldarazo, fama dinero- y el engreído de la alta sociedad internacional.
Capote vivía como una mariposa que revolotea alrededor de la llama sin quemarse las alas, hasta que se las quemó.

Los cincuenta, la década de mayor producción literaria de Capote fue una época donde se bebía fuerte, los hombres ricos eran capitanes de la industria y sus mujeres, sin oficio ni beneficio, se aburrían a chorros. Truman detectó el ocio de sus vidas y se insertó como una amiga más en un grupo de socialités exquisitas que llamó los Cisnes. Marella Agnelli, Lee Radziwill, Gloria Guiness, Babe Paley tenían en común elegancia, grandes fortunas y largos cuellos. Eran influencers. Babe la más linda, la más frágil y la preferida de Truman, fue su duquesa de Guermantes.
Bill Paley, el presidente de la cadena CBS, era todo lo que Capote no era. Alto, poderoso y viril. Engañaba a Babe quién, desgraciada, le contaba todo a Truman. A espaldas de su pandilla Truman estaba escribiendo “Plegarias atendidas” su opus magna. La trabajó durante años. En épocas de bloqueo literario aterrizaba en Round Hill el refinado refugio de los Paley en Jamaica.

Cada vez bebía más. Se drogaba, ganaba peso y perdía vigencia como escritor.
Entonces contra el consejo de su editor decide publicar “La Cote Basque” un capítulo del libro inconcluso, donde cuenta con nombres apenas maquillados los secretos más íntimos que sus Cisnes le confiaron a lo largo de los años.
Resultó ser una bala al corazón de la alta sociedad y de ricochet mató también a su autor. Babe murió al poco tiempo sin volver a hablarle jamás.
Capote nunca terminó “Plegarias”.




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