Inventores (4)
- Maki
- 26 jul 2020
- 3 Min. de lectura

En los 60´s el Papa del Pop vaticinó que en el futuro “todos seremos famosos durante 15 minutos”. No se equivocó.
La obra que deja Andy Wharhol, a pesar de romper paradigmas y tener hoy su sitio en los mejores museos de mundo, empalidece al lado de la visión profética de alguien que imaginó antes que nadie el mundo de hoy.
Campbell Soups MoMA
Un mundo donde triunfa el reality y donde cada títere con cabeza abre su cuenta en Instagram, publica selfies de su-no-tan- fascinante-vida o cuelga una coreografía en TikTok y al instante -15 minutos, ná!- es visto por 15 millones de personas. Urbi et orbe. No está mal para un chiquillo que nació en Pittsburg -que no es sitio para débiles- en una familia de emigrantes eslovacos donde el padre trabajó toda su vida en una mina de carbón hasta caerse muerto a los 53 años. Andrew Wharhola pensó ser maestro pero en vez se enroló en Carnegie Institute of Technology y aprendió dibujo comercial. De allí saltó a Nueva York a inventarse una vida no solo más acorde a sus sueños sino que llenara su ambición.
Rápidamente triunfó en el mundo del diseño de la moda pero no era para allá donde iba el muchacho tímido casi albino -el resultado de una enfermedad de infancia.

Halston, Bianca y Andy en el Studio 54
Estaba fascinado por la celebridad y la época. Supo leer muy bien el mundo neoyorquino -a Wharhol nunca le interesó nada fuera de la Gran Manzana. Iba a convertirse en el gran sacerdote de la era cocaína-boho-chic que juntaría a la alta sociedad con los junkies, las estrellas y los gays, las celebridades con los artistas. Una mezcla explosiva que le dio a Nueva York un auge artístico y creativo comparable solo con el Berlín de los 30’s, que luego desapareció con la limpieza profunda de Giuliani en los 90’s. También dio lugar a Studio 54 el templo que durante 3 cortos años albergó lo más rutilante y descarnado de la ciudad, donde las mujeres -y ciertos hombres- de la alta sociedad (algunos todavía andan por allí reconvertidos en buenos republicanos) intercambiaban con los toy boys algo más que solo líneas. El Sida barrió con esa marea de hedonismo y la ciudad entró en una época de luto cerrado.

Wharhol participaba pero de lejos. Más que acteur era voyeur. Todas las mañanas Bob Colacello, su mano derecha, le reportaba que había pasado la noche anterior, quién se fue con quién, quién rompió con quién. Y todos los días llamaba a Pat Hackett su asistenta y le dictaba las actividades de la víspera. Entrada para el miércoles 20 de Abril 1977: “Fui a la Embajada Iraní. (Taxi $ 3). Hoveyda* se veía nervioso. Me senté al lado de Mrs. Astor”. Pat llevaba un registro meticuloso de cada gasto, incluyendo propinas. El diario empezó como una especie de Excel para Andy y terminó como un testimonio fascinante de una época que apenas podemos imaginar hoy.
Andy vivía aterrado de ser pobre. Nunca botaba nada. Era un tacaño y un trabajador infatigable. Desde su estudio, la mítica Factory, empujaba sin tregua a sus empleados a conseguir más encargos para retratos, vender más Campbell Soups y colocar más publicidad en su revista Interview. Murió inmensamente rico y solo. La enfermera que lo atendió dijo que era el único paciente que se sabía de memoria su número de seguro médico. Reflejos de alguien que siempre temió que su fama y fortuna – invención pura- desaparecieran de un día para otro.
*Hoveyda era el embajador del Shah. Su hermano había sido Primer Ministro de Irán durante más de una década. El Shah estaba por caer. Su hermano sería ejecutado poco después. Con razón estaba nervioso.
Comments