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Inventando.

Un espacio para contar historias

Línea de Tiempo

  • Foto del escritor: Maki
    Maki
  • 3 ene 2021
  • 3 Min. de lectura

La juventud está sobrevalorada. Lo sé porque fui joven y recuerdo una época confusa plagada de dudas y falta de control sobre mi vida; todos decidían por mí. En el fondo quizás no estaba mal porque no tenía ni idea que quería.


Dicen que la juventud se malgasta en los jóvenes.


Difiero porque hay que pasar por esa época vaga de molusco –ni niño ni adulto- para apreciar cuando llega lo bueno de verdad.


La niñez en cambio puede ser deliciosa. Es la última época donde la sociedad no te condiciona, ni te vende humo. El niño vive en su cabeza, un reino propio mágico donde nadie entra si no lo invitan. Allí es rey, princesa o esclavo. Igual pesca sin asco renacuajos en una acequia que libra batallas épicas -al final siempre gana- sortea mil peligros y a diario se despacha un león o un cocodrilo con solo una espada de mentira.


Vuelve de la guerra victorioso con las uñas mugres-la ropa también- la cara sucia y el pelo pegado; solo pide comida mientras su madre lo corretea y solo le pide que se bañe.


Se duerme de golpe, confiado, sabiendo que sus padres son Dios.



Entonces asoma la adolescencia y se termina la fiesta. Te pasas el día frente al espejo chequeando a ver si te crecen los pechos, te lavas el pelo todas las noches.

Ensayas poses de diva conquistadora y te derrumbas en la cama con tus amigas en un ataque de risa nerviosa; los chicos también sacan pecho, prueban a hablar con voz de barítono -sin éxito- infelices, porque las chicas, con las que sueñan de noche y obsesionan de día, no les hacen ni pizca de caso.


Nunca te sentirás más solo hasta que años más tarde te vuelvas un vejestorio invisible.



Llegan los veinte. Es una buena época. Estás en el partidor impaciente por empezar. El pelo brillante -los pechos perfectos- eres fresca y bonita, a veces hasta despampanante. Comienzas a ensayar tu mano en el juego de la seducción; consigues unas victorias que te vuelven insoportable.

Los chicos han perfeccionado un par de movidas, tres o cuatro frases que prueban con un éxito que los deja impresionados con sus dotes de conquistador; esta impresión les va a durar toda la vida y confirmar lo que ya sospechaban: que el género masculino es superior.



Entre los 30 y los 55 es la Edad de Oro. La edad invencible, del poder ilimitado para ser o hacer cualquier cosa. De golpe se abren todos los caminos, todas las posibilidades y la vida se te sube a la cabeza como un licor dulzón y peligroso.


El tiempo transcurre lento y perezoso, la aventura está siempre detrás de la próxima puerta, arriba de la escalera en el segundo piso y no va a terminarse nunca. Amarras el tiempo, se vuelve tu esclavo, estás convencida que lo tendrás siempre de tu lado y hará lo que le digas.


Entonces, sin avisar, irrumpen los sesenta - como entra un ladrón sin hacer ruido a robar en la noche- y se llevan todo. Te toma totalmente por sorpresa; esto solo debía pasarles a los otros.

Pero sesenta no es un desalmado. Te da un corto paréntesis igual al salto de un bailarín inmortalizado en el aire, un instante en la cúspide de la gloria para vivir una vez más lo que dejas atrás.


Una década después empezará la loca carrera cuesta abaja, imparable, los meses y los años dando tumbos a velocidad cada vez mayor hasta romperse la crisma empotrados contra la pared. Y te harás la misma exacta pregunta ¿adónde se fue todo?


Sabemos que el tiempo nos es linear, se muere de risa de los calendarios y de los relojes.

Algunos años no tiene identidad, hay otros cuyas caras se nos quedaron grabadas para siempre. Aprendimos que el dolor tiene un tiempo de nunca acabar; en cambio la ironía es que cuando más felices somos, justo cuando le rogamos al tiempo que se detenga, el perverso pisa el acelerador y sale disparado.


Ha empezado un nuevo año. Hemos recibido y enviado felicitaciones de amigos y amantes deseando un feliz año, un gran año, un año memorable. Que se sepa que yo me conformo con un año regular nomás. Uno que como tantos otros se me borre de la memoria. Un año ordinario. Un año que podríamos llamar Pepe o María. He bajado considerablemente mis expectativas y les dejo los años extraordinarios a los demás. Me conformo con un 1981, o un 1997 hasta con un 2010.

Al 2021 solo le pido que nos evite lo peor y si puede que baje un poco la velocidad.





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