Manual de instrucciones
- Maki

- 15 may 2020
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 20 may 2020
Art Buchwald, uno de los mejores columnistas del Herald Tribune, quién hizo las delicias de varias generaciones decía que los pollos y las verduras no vienen con instrucciones -los niños tampoco. Descubrió este dato cuando su mujer entró al hospital para una operación de rutina y lo dejó solo. La cuarentena tampoco vino con instrucciones y cada uno está inventando su bote salvavidas para sobrevivir.
No hay el “one size fits all”, la talla única ideal.
Una amiga francesa se viste de alta costura para limpiar su casa, su homóloga peruana hace jogging en jogging dentro del garaje de su edificio. Perú y Paris no son lo mismo y cada uno sabe dónde amarra su caballo.
Leo con envidia no disimulada que nuestro Nobel aprovecha para “leer diez horas diarias”. Mazel Tov! Beato lei. Lo imagino en una espléndida soledad -compartida que son las mejores- mientras alguien, más bien alguienes, le hace la cama, el baño, pasa la aspiradora, le sirve tres comidas calientes y el gran escritor no lava un solo plato. Lo digo porque si no NO HAY MANERA que pueda leer 10 horas cada día.
He tratado, créanme. Porque desde mi modestísima perspectiva leer todo el día sería mi idea de irme al cielo, sin morirme. Pero cuando ya saqué los perros para que hagan pichi, hice el desayuno y lavé los cacharros de la noche anterior -porque el hijo de la gran guayaba del lavaplatos no anda- toca sacar la basura, fregar la cocina, limpiar, barrer, trapear, hacer la cama, cosechar tomates, podar, regar. Y cocinar. Hay pelos de 3 perros mudando por todos lados. Mi ahora perfecto marido se ha vuelto el rey de la aspiradora. El santo aspira como un poseso. Una amiga me explica que todo lo que compré en el super -a la hora de los viejitos- debe ser desinfectado. “Tienes que ducharte y meter toda la ropa en la lavadora”. Imposible. No hay tiempo. Prefiero que me midan de una vez para el cajón.
Asoman mis raíces y no sé de qué color me quedará el pelo. Si me pasa lo de la lavadora de ropa, otra hija de la gran guayaba que en el primer lavado me encogió todo y en el segundo tiñó la ropa de celeste, el pelo me queda azul y estoy hecha. No sé si confiarle más ropa. Mi marido perfecto anda con una batita que con las justas le tapa sus tesoros. Detesto los manuales de instrucciones. Todos indescifrables a propósito. Una que se tardó tanto en dominar el fax y pa´ lo que duró. Le tengo mucho más miedo a la lavadora que a La Banda de los Feos. Al cumplir un mes sin depilar - manos piel de lagarto de fregar ollas- cuando me peino estoy como los perros: el pelo al piso. ¿Será el stress del encierro? Entre calva por un lado y peluda por otro, terminaré parecida a mi santo marido.




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