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Inventando.

Un espacio para contar historias

Mi momento magdalena

  • Foto del escritor: Maki
    Maki
  • 20 sept 2020
  • 4 Min. de lectura

Hay mil cosas que nos traen recuerdos pero el intenso sabor a menta y chocolate de un After Eight bite size que estalló en la boca me agarró desprevenida. En un nano segundo viví el icónico momento de la magdalena de Proust. Volví a 1970, Londres, casa al fondo de un cul de sac que su generoso dueño nos dejó a mi joven marido y mí para irse al Mundial de Méjico. También dejó una importante reserva de cajas de chocolates After Eight al costado de su cama de la cual di cuenta sin asco ni remordimiento.

Yeoman’s Row es un cul de sac en donde no pasa un gato. Unas puertas más allá, en un sótano (los ingleses no desperdician ni un palmo de espacio) había un estudio de arquitectos y después de unos días, entre silbidos y piropos cuando pasaba -las ventanas daban a la altura de la calle y la minifalda era Swinging London- sentí que éramos amigos.


Una mañana mi marido se despidió, me dio cita en un restaurante para almorzar y mientras yo sacaba el tacho de basura y lo veía voltear la esquina en Brompton Road, un golpe de viento cerró la puerta de un portazo y me quedé afuera. Sin llaves, sin marido, sin zapatos, en baby doll -todo en la lejanísima era PreCel. Mayo, Inglaterra, no hace calor; baby doll corto y transparente no ofrece muchas alternativas para echarse a andar.

Me escondí detrás de un arbusto. Esperé. Largo rato. Helada. Al fin pasó una agente de tráfico de esas que ponen multas (“Lovely Rita, Meter Maid”*a.) y yo: psst, psst hasta que se acercó, severa y desconfiadísima y le expliqué “my predicament”. Le pedí que por favor fuera al estudio de al lado a buscar ayuda. Los jóvenes arquitectos vinieron. En mancha. Trajeron escalera, armaron jolgorio –sin dejar de mirar de reojo el top del baby doll- lograron entrar y me sacaron de apuro.


Pagué cervezas en el pub de al lado y quedamos íntimos.


Allí empezó mi afición por Londres. Descubrí a Mary Quant , el té Earl Grey y 007 (Oooh… James) Twiggy y Carnaby Street donde salían efluvios de marijuana de cada boutique. En el King’s Road había una galería con ropa tie-dye colgada del techo y jeans bordados de segunda mano –mismo Mercado de Surquillo- todo envuelto en el olor típico hippy de la época: pachuli, sudor y cannabis.



Londres entonces era pobre, sucio y completamente libre. Aún no era ni árabe, ni rico, ni ruso, no había ni genios de las finanzas en Lamborghinis bloqueando las calles, con las justas Mini Coopers tamaño caja de fósforos pero allí se estaba se estaba inventando la mejor música del mundo.


He venido mucho aquí y me ha tocado de todo. El antiguo Cadogan Hotel donde tenías que meter 20p para hacer andar el radiador oxidado; años más tarde volví con mi actual marido y ahora que está renovado cuesta un riñón. Venía a visitar a mi hijo al colegio y alquilaba un flat enano en Ovington Square donde la cama salía de la pared. Chirriaba un poco y arriba vivía un mozo de restaurante que llegaba a la medianoche y dejaba caer sus zapatones sobre mi cabeza. Conocí más gente, iba a fiestas, y una vez porque nos pareció divertido un colombiano y yo fuimos por el día, ida y vuelta, a almorzar a Madrid; yo seguí mi camino, el colombiano el suyo y llegó a presidente.


Empecé a ser mayor, la vida se puso más seria, los pretendientes más recursivos, los alojamientos subieron de categoría y terminé durmiendo en Claridge’s.

He estado en bodas y entierros y una tarde volviendo de un funeral en Westminster mi marido me llevó a almorzar a The Wolseley y me propuso matrimonio; acepté enseguida porque una buena mesa en W no se consigue así como así.


Mi hijo es mitad inglés y mi familia política es completamente British. Mi apego a Londres, a sus calles tranquilas y a su tolerancia, a su manera de hacer las cosas, a su irreverencia y su total ausencia de ridículo viene desde que probé mi primer After Eight. Me siento tan en casa que a veces me confundo y pienso que estoy tomando una taza de té en una tarde de lluvia y que escribo desde aquí y para aquí.


Me atrae esta cultura donde se rumorea que el duque de Edimburgo llama saussage o cabbage *(b) a la reina y se puede decir old cow o bloody cow *(c) a cualquiera y a nadie se le mueve un pelo. En el Perú rigen otros códigos. El PC (políticamente correcto) gana más adeptos cada día y un bloody cow pone a los ejércitos woke en pie de guerra. Pienso que ser monolítica no es lo mío -más bien soy de tipo Lego ensamblado. En mi casa conviven varias personae *(d) y cada una de ellas ocupa un cuarto distinto y cada cuarto tiene su propia llave.

Mi error fue meter la llave en la puerta que no es, bloody fool *(e).

*a. Los Beatles, 1967

*b. Salchicha o col

*c. Vejestorio o maldito vejestorio

*d. Aspecto del carácter percibido por los demás

*e. Huevona (pelotuda)

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