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Inventando.

Un espacio para contar historias

Regalos del Más Allá

  • Foto del escritor: Maki
    Maki
  • 17 jun 2020
  • 2 Min. de lectura

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Hace unas semanas me dediqué a tirar 40 años de recuerdos a la quema de otoño que organizan mi marido y el casero.


Boté todo. Invitaciones, postales, fotos, notas y cartas de pretendientes del pasado redactadas con menor o mayor ardor y talento; por fortuna sin faltas de ortografía.


Mi marido no es celoso, es belga. Todo subió al cielo envuelto en llamas, misma Hoguera de las Vanidades.


Todo salvo un par de cosas que aparecieron como regalos venidos de otros tiempos y de otro mundo.Entre las cartas de mi amiga B. fallecida hace dos años, encontré su receta manuscrita(solo una amiga podría descifrar sus elegantes patas de mosca) que transcribí y dio lugar al “Reto del Clafoutis” un campeonato de postres de manzana entre lectores que me enviaron fotos con los resultados*.

B. hubiera estado encantada. Nada le divertía más que descubrir gente nueva y trasmitir conocimiento.



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La conocí en su gran casa de Ginebra. Debió ser en primavera y me llevó el único amigo que tenía entonces. Me advirtió que en todo Ginebra solo a casa de B. se podía llegar sin invitación. Recuerdo entrar en un salón sublime, con techos altísimos, pocos muebles recubiertos de terciopelo marrón oscuro, algunas sillas Luis XV tapizadas de seda verde manzana y dos butacas antiguas forradas con tela cruda blanca. Nunca había visto una habitación tan naturalmente chic. B. estaba componiendo un gran ramo verde y blanco de vibornums y hiedra salpicado de peonias rosadas tan abiertas que algunos pétalos habían caído sobre la mesa.


Sonaba una aria de opera cuyas notas se escapaban por las grandes puertas al jardín.



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B. me enseñó mucho. Cómo invitar con imaginación y sin plata.


“Si preparas sauce verte y te falta perejil, echa cualquier hierba, incluso pasto. En caso de urgencia un pedazo de tela verde también sirve”. Coleccionaba decenas de objetos en vidrio de mercurio “la platería del pobre” decía y los entremezclaba sobre su mesa con candelabros de vidrio soplado, caracolas de mar y flores o ramas de su jardín.


“Para una comida improvisada compras un plato congelado de “quenelles de brochet” lo gratinas y le colocas unos cuartos de huevo duro. Nadie dudará que lo hiciste tú porque todos sabemos que los huevos no se puede congelar”.


No sé puede ir por la vida ignorando estas cosas



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En plena botadera encontré una bolsita de gamuza con una pulsera de corazones de plata. ¿De cuando era? ¿De quién era? ¿Mía? ¿Para regalar a alguna niña?


No lo sé. Me la puse y me quedó perfecta.




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Casi al final dentro de un sobre apareció una billetera de hombre. De esas que dan los bancos a ciertos clientes. Adentro había dos billetes de 100 dólares, serie 1985.


Era un día gris de pandemia y literalmente llovía plata del cielo. Sonreí. Sabía de quien venían. Escuché la voz de M. decirme burlón “Cholita, para que salgas y te compres un calzón nuevo cuando termine la cuarentena”.

*Fotos del Reto del Clafoutis próximamente en Lifestyle

 
 
 

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