Vida (y muerte) de perros
- Maki

- 27 jun 2020
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 28 jun 2020

(Este post excepcionalmente no es una columna ni da una opinión ni posiblemente enseñe nada nuevo.
Este post está reservado a los que aman a los perros, viven con ellos y ocasionalmente mueren (los perros, no los dueños porque si no por más inteligentes que sean el tema de la escritura se les escapa). O sea este post es para gente que me entiende, gente perruna como yo. Los demás abstenerse y leerme si quieren el próximo miércoles. O jueves. O cuando pueda.
Quien nunca ha tenido perros debe empezar por comprender que el día que uno o más perros entran en su vida, su vida cambia. Eso o leer el maravilloso libro de Garth Stein

"El arte de correr en la lluvia" que en realidad en español debería ser: "El arte de competir en Formula 1 bajo la lluvia" por Ayrton Senna y Enzo (Ferrari) el Golden Retreiver que lo entendió mejor que nadie.
Yo nunca tuve perros lo que me ganó la reputación de que no me gustaban. En realidad no lo sé. Los perros, al igual que todas las cosas complejas, es un gusto adquirido, como las anchoas o las series islandesas en Netflix. A mi me gustan las dos, y los perros más aún. El drama es que ahora me gustan TODOS los perros y no solo los míos. Los perros de mis amigos (mis enemigos no tienen perros, porque automáticamente se convertirían en mis amigos y porque además yo no tengo enemigos; hay gente que no me quiere pero eso no es problema mío). Empecé con un Golden, Chasqui, también conocido como Chaquinini (conocido también es que la gente perruna tiene una lado medio idiota y otro medio huahafo). El Chasqui tuvo la horrible, terrible, imperdonable idea de morirse el día en que lanzaba mi segunda novela -aquí un publi cherry: se llama"Social Climbing"- lo cual me arruinó completamente la noche. Chasqui fue valiente, noble, sin dobleces como son los machos fuertes y buenos. Tenia como compañera a Inti, una Labrador que como todos los Labs era un cruce entre un peluche gigante y una alfombre. Nunca hubo perra más maternal ni cariñosa. Se dejaba hacer todo y aparte de los 8 cachorros adorables que tuvo con el Chasqui, adoptó a todos

los perros que llegaron a la casa.
Sucesivamente vino Kara de Kokis una Jack
Russell malgeniada y quejosa, seguro que

debido a su pedigree impecable -según mi marido es porque nunca ha tenido novio- y Lulu, una Russell Terrier, divina. La más chiquita, la más brillante, rápida, y el perro Alfa de la casa.

Lulu tiene que estar en todas y ser de todas
las movidas. Cocinar, participar en la mesa

O jugar en la nieve. Ella siempre va primera.

Hace bastante lo que le da la gana. Es promotora de escapadas (2) y arrastra a Kara que como mucha gente antipática lo que tiene no es carácter, sino mal carácter y por ende Lulu, 2 años menor la domina. La ultima vez se fueron de tarde. Cuando cayó la noche y no aparecían me empezaron a dar retortijones. Kara y Lulu se han criado en el campo pero dentro de casa y la zona es media salvaje. Dimos voz de alarma y al día siguiente aparecieron en un remoto
"country" (es solo urbanización pero acá son más anglos y country les suena mejor) en casa de unos amigos. Las intrépidas se habían trepado un cerro, casi una montaña, 300 metros más alta que la casa y cayeron en una casa que seguro Kara por ser más vieja reconoció por el olor, porque los dueños han venido a casa a comer y debió decirle a Lulu: "Oye tú. Mejor nos quedamos aquí porque por lo menos nos darán de comer y los papás vendrán a buscarnos". Así fue. Solo que en el coche de regreso las dos temblaban como perro chino del susto de pensar que les esperaba. Hasta volver a la casa no dijeron ni mu. Llegando nomás se escondieron detrás de Inti, sabiendo que allí hay siempre un refugio seguro.


¿Que casa de campo estaría completa si no tuviera un gato? Nosotros tenemos a Milly que se ha criado con Kara y Lulu y ha sido criada como todos por Inti. Todo eso vive en la cocina en perfecta armonía, y con la ventaja que nunca vimos un ratón salvo el que trajo

entre los dientes Milly el primer mes, para asegurarnos de su capacidad profesional, su vocación por el trabajo y su utilidad. Siete años más tarde sigue allí.
A quién no vimos llegar fue a Feliciano, el zorro.
Ese se presentó un buen día en la puerta (principal, if you please) y como le dimos un plato de comida, de los perros, nunca más se fue. Ahora son dos veces al día pero pensamos que debe andar de novio porque viene menos.


La llegada de Feliciano fue observada con bastante preocupación por las dueñas de casa.
Preocupación pero a prudente distancia. Aún no se ha hecho un contacto más cercano.
Nuestros perros adoran la nieve. Nosotros también. Siempre es una ocasión para largos paseos y no sé si ellos son los que más gozan. Lo dudo. Todos han sido aficionados al frío y a jugar en ese elemento mágico, casi impalpable que cubre el mundo de blanco y nos llena de asombro.


Hace varios días que nieva. Antes de ayer saqué por última vez a los tres. Los terriers se hundían en la nieve fresca corriendo como locos, persiguiendo conejos y pájaros inalcanzables; Inti nunca se separó de mí. Vieja y jadeando no se dio por vencida ni se quiso quedar atrás. Esa noche no se acostó en su cucha sino a mis pies. Fue su última noche, al día siguiente murió. Las chiquitas ahora no saben acomodarse para dormir. Les falta el colchón, el calor y el amor de Inti. Sé que la extrañan. Nosotros también. Lean el libro de Garth. Verán que quizás Inti no ha escrito su último capítulo. Lo que me preocupa es que el libro solo valga para los Golden y los Labs; dudo mucho que sirva para los terriers. Demasiado dispersos y alocados. Cero sentido de responsabilidad.





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