Ganar por cansancio
- Maki
- 18 jun 2021
- 3 Min. de lectura

Nos ha pasado a todos. Creer en algo, saber que tenemos la razón pero al fin terminar diciendo basta.
Nadie puede mantener una emoción fuerte viva por mucho tiempo.
El asombro, la sorpresa, la ira, la pasión, la indignación todo tiene su ciclo. Los hombres estamos programados para sobrevivir y para eso hay que ocuparse de lo cotidiano y además como dijo Nietzsche a propósito de los campos de exterminio: “Hasta el horror termina por cansarnos”.
El caso del cansancio en el Perú, de la fatiga post-electoral que se podría fácilmente instalar y con la que cuenta la otra parte, obedece a varios factores y no el menor es que los que ahora protestan son en parte –no mayoritaria ¡ojo! pero sí significativa- gente comodona. Llevan años de una existencia próspera, estable, donde los últimos 20 años fueron de paz. Uno se acostumbra, ya no está preparado para la lucha. Cree que la vida siempre fue así. No sabe de colas, de escasez, de bombas, de apagones, de toques de queda, de inflación infernal –cree que los cajeros siempre dieron soles o dólares indistintamente y que en Wong nunca faltó nada- y eso los ha vuelto blandos y timoratos.
Los jóvenes pertenecientes a esa clase nunca se han trepado a una barricada, ni literal ni figurada ni han tenido que luchar por nada. El foco lo tienen puesto más en el bitcoin que en ver por dónde viene la caballería. De otra manera no se explica el ausentismo criminal en la segunda vuelta de aquellos que viviendo en los distritos más acomodados no dejaron su rutina dominical para defender lo que creen. Una razón podría ser que están acostumbrados a que otros les hagan la chamba, eso también es parte de la flojonería sobre todo limeña y luego de la elección se han despertado de un sopapo, sorprendidos por una realidad que los horroriza.
Ahora es cuando la cosa se pone buena. La otra parte, con nada o casi nada que perder y todo que ganar, no va a bajar los brazos. Estarán allí apoyando, acampando, durmiendo a la intemperie con carpas y ponchos porque la vida dura es parte de su cotidiano y ya lo han hecho sin tener la motivación que hoy se les presenta. Creen en las promesas, imposibles de cumplir sin destruir lo que se logró a costa de gran esfuerzo, de un grupo hábil en el manejo de masas que les ofrece de todo porque los necesita para llegar al poder.
Y porque necesita que la otra parte se canse y diga, basta.
Allí es donde finalmente puede cambiar la película.
Si los que sostenemos ciertos valores y queremos seguir viviendo dentro de las leyes de la república, con los cambios urgentes que la situación requiere, si creemos verdaderamente en ello entonces no podemos bajar los brazos hasta que se cuente el último voto. Por más días que pasen, por más que nos digan que la vida tiene que seguir y que quizás a fin de cuentas Castillo sea un socialista soft -una Angela Merkel con sombrero- que se va a deshacer de Cerrón, “el malo de la película” no podemos dejar libre el campo.
Si el conteo final y transparente les diera la victoria allí es otra la cosa. Los anuncios apresurados de Castillo hacen pensar que ni él mismo se lo cree y más se parece a alguien que teme que le retiren el plato y se apura en tomar la sopa.
Cada voto cuenta y cada voto debe ser contado. Esta es la gran oportunidad que tenemos los peruanos de dejar la comodidad, o el interés personal, y mostrar una verdadera vocación democrática, manifestar sin desmayo, subirnos a todas as barricadas, reales o virtuales. No existe ejercicio más democrático que exigir que se respete la voluntad de cada uno.
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