Party Girl
- Maki
- 31 dic 2021
- 3 Min. de lectura

Camino al altar la risueña novia cimbreando la cintura saludaba de la mano a diestra y siniestra. Hizo un recorrido triunfal a lo largo de la nave de la Virgen del Pilar más parecida a una vuelta al ruedo torera que al recogimiento propio del momento. Marita era muy salerosa y su boda fue la ocasión de juntar amigos y antiguos pretendientes remanentes de amores pasados que no duraron pero donde quedó la complicidad. Su ceñido vestido con cola de sirena y el tocado con un velo cortito le daban un aire irreverente y travieso no muy virginal pero totalmente de acuerdo a su carácter divertido sin ninguna solemnidad.
Su boda fue una fiesta más.
Años más tarde me confesó, “Yo estaba muy enamorada de L.C. pero no tenía ni pizca de ganas de casarme. Pero ya sabes, mi hermana era muy religiosa, mi mamá también y entre las dos me hicieron cargamontón. Para ellas yo estaba viviendo en pecado y querían que regularice la situación. Ay hija, en mala hora. Mientras que salíamos juntos y me escapaba por las noches para encontrarme con L.C. en su departamentito –después tenía que volver por la ventana para entrar a mi casa- estaba feliz. Me encantaba esa vida de secretos y escapadas. En cuanto me casé se me acabó el romance. Yo lo quería mucho pero me empecé a aburrir”.
A nada le tuvo más miedo Mara que al aburrimiento. Para luchar contra él viajó y bailó y dio fiestas sin ningún motivo. Recorrió media Europa pero sobre todo España y Francia y sobre todo Biarritz y Sevilla: era el huésped perfecto, independiente y atinado. Cuando se quedó conmigo en Paris –donde llegó con tres enormes maletas- salía de mañana a recorrer la ciudad. Yo trabajaba y nunca sentí que tenía que ocuparme de ella. Su curiosidad era inagotable. Una mañana temprano me iba a trabajar y la encontré vestida lista para irse sola a visitar el Mont St. Michel -donde yo nunca he puesto los pies. Volvió a la noche encantada, se había hecho amigos en el viaje. Cuando fue un fin de semana a mi casa de campo la pasé a recoger a la estación. El tren llegó y se fue y de Marita, vuélvete. No estaba. Al final la descubrí al extremo más lejano del andén con los 3 maletones; un señor amable viendo la situación complicada se las bajó del tren antes que volviera a arrancar. Simpática y risueña Marita siempre encontró alguien que le diera una mano.
“No sé porque empaco tanto. Total solo me pongo las dos cosas que están encima y el resto regresa igualito a Lima”. Se fue dejando una maleta que pasó a recoger en el otoño.
En Lima por cualquier motivo, o sin él, daba un almuerzo en su casa. Invitaba mucho, a conocidos y los visitantes de paso, recibía bien Se comía como antaño. Arroz con camarones –famoso- asado, puré de pallares, tamales y postres criollos. Nunca faltó vino ni pisco y algún champán. La gente de su casa trabajó allí toda la vida.
Bordeando los 80 años se encontró con un hombre más joven –nada con viejos- que la enamoró. Marita cumplió su sueño y se compró una casa chiquita la borde del Guadalquivir que el último novio decoró y durante algunas temporadas vivió allí con él. “Esta es la mejor época de mi vida. Nunca he sido tan feliz. Cocinamos juntos, bueno cocina él porque yo no tengo ni idea pero me ocupo del vino y recibimos a los amigos en el bar de la cocina. La casa es chiquita pero ha quedado preciosa. ¿Sabes que es la primera vez en mi vida que tengo mi propia casa? Siempre viví en la casa de mis padres. Siento como si empezara mi vida” contaba maravillada.

Marita Miró Quesada, nuestra Cayetana local y mi querida prima, se fue con el año que se va. Se apagó como se consume una vela cuando termina la fiesta y amanece, en silencio y sin molestar a nadie. Tuvo la muerte que merecía su persona divertida pero sin malicia, burlona pero sin sarcasmo, gozadora pero sin afán de protagonismo, llena de estampas de viajes y recuerdos de hombres guapos, de fiestas en tablaos, de peñas y de salones a los acordes de una guitarra criolla o de un flamenco sevillano.
Nunca envejeció. Se marchó joven con la alegría y la curiosidad intactas.
Dondequiera que Mara esté esta noche si hay una fiesta seguro que no se la pierde.
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