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Inventando.

Un espacio para contar historias

Todo el año es Halloween

  • Foto del escritor: Maki
    Maki
  • 25 oct 2020
  • 3 Min. de lectura

Acabo de regresar de Europa donde con el Covid nadie sabe si abrir, cerrar, dejar entrar, circular o bloquear; los gobiernos no tienen idea que hacer y están cada día más parecidos a los nuestros: gobiernos del Tercer Mundo:

Un pasito p’a lante y un pasito pa’trás-sin salsa ni ritmo latino- remando para que no los revuelque la ola.


El miedo vino para quedarse y cada día parece Halloween.



Mucha gente tiene miedo a la pandemia y todos los gobiernos tienen miedo a quedarse sin votos.

Para el pueblo la cosa se está entre si me muero de Covid o me muero de hartazgo, para los gobiernos está entre si me echan XXX muertos o me echan. Punto.


Hélas! Son decisiones difíciles.




Llegamos a Londres la ciudad con la tradición libertaria más anclada de Europa (que pronto dejará de ser Europa es tema para otra columna y para otro susto cuando concluya el Brexit -el divorcio más sonado y caro de la historia- porque la gente no tiene ni la más peregrina idea de lo que va a pasar; el Halloween no termina) y al comienzo fue como llegar a lo alto de una montaña y respirar.

Las calles repletas de gente, con o sin máscara, los cafés animados, el delivery medio lentón pero la calidad de la comida y las condiciones sanitarias nec plus ultra, todo el fast fashion online a precios baratos aún para Europa: uno de inmediato se pide tres numeritos de Zara que llegan en 24 horas a la puerta de la casa. Peluquerías y restaurantes abiertos con toma de temperatura, QR para hacer tracking de clientes y divisiones de acrílico entre cosa y cosa.


Cada dos pasos hay un puesto de gel sanitario y todos los ingleses –que nunca se han saltado una cola- se paran formalitos en el círculo que les corresponde igualito que formar en el patio del colegio.


Uno se siente seguro, libre y feliz.


Poco a poco la cosa empieza a pudrirse.


Los ingleses vuelven de sus vacaciones de verano colorados como langostas y se traen algún coronita del sur de Francia en el carry on.


La curva empieza a inflarse. Boris decide ponerlos a todos en cuarentena (seguro que esto tiene un tufillo a las negociaciones con la salida de la UE pero es imposible de probar) y palanquea a los franceses. Macron se pica y decide que ojo por ojo y pone en cuarentena a los ingleses que entran a Francia, como si las vacaciones estuvieran empezando y no terminando. Merde alors!

Ahora en Europa casi todos peleados con la Pérfida Albión y de golpe los ingleses amanecen bloqueados en su isla. Quedan algunos “corredores” a Portugal, ciertas islas griegas y Eslovenia; también Islandia pero no sé quién quiera ir allá en invierno.




Así las cosas nos olvidamos de Francia y decidimos utilizar la ventana que nos queda: enrumbar a Bélgica el amable país de mi amable esposo. El Eurostar sale de St. Pancras una estación que por lo general parece un mercado persa y donde no hay ni el gato. Cuatro pasajeros en nuestro coche incluyendo nosotros.

El mozo a bordo atentísimo con ese aire de desesperación que tiene alguien que piensa que en cualquier momento se queda sin trabajo.


Antes de salir descargamos y llenamos el PLF-Passenger Locator Form el formulario que llegó para quedarse y que nadie ¡ojo! nos pide al llegar al llegar. En Bruselas vida normal, maso, pero mientras que Europa va de mal en peor. Cierran “Paris y 8 metrópolis”. Bélgica pone en cuarentena a los que vienen del norte de Inglaterra, pero no del sur.

Inglaterra abre las universidades y luego regresa a los estudiantes a sus casas “por 15 días”. Los que se quedan están confinados a sus dormitorios y colocan pancartas en las ventanas: “MANDEN CERVEZA”.


Permiten las bodas, luego las limitan a 50 personas, luego a 30, luego 15. La gente se sigue casando-hay mucha boda chiquita y muy bonita- y sigue cogiendo igual, invitados incluidos, porque contra eso no hay coronavirus que pueda.








Con casi toda Europa cerrada Abu Dabi se empieza a ver muy apetecible


Los viajes vuelven a ser para exploradores intrépidos y sufridos, con buen manejo digital y mucha paciencia, dispuestos a pasar horas llenando formularios incomprensibles que luego nadie reclama y a volar más de 10 horas con la mascarilla puesta. O con una máscara de Halloween que para el caso también sirve.


 
 
 

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